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lunes, 1 de enero de 2018

Un tazón de luz


No me gusta hacer balance del año que se acaba. No me gusta hacer listas de los mejores libros, ni de los mejores momentos, los mejores cielos o las mejores luces… No me gusta. Porque, como decía Luis García Montero: “Recorrer la memoria de las habitaciones es provocar la niebla del interrogatorio”. Preguntarse es cuestionarse o exigirse justificar el porqué de todos y cada uno de los instantes vividos. Ya pasados, son memoria, quedan tal y como están. Nos acompañarán bajo el título del año que dejamos atrás, hayan sido espléndidos o humildes. Organizan, por ellos mismos, carpetas en nuestro álbum de nostalgia. Tan solo habrá que seleccionar el organizar-por fecha ver-iconos grandes y lo tendremos todo a disposición. ¿Para qué a estas alturas obligarnos a confeccionar una lista? ¿Para qué ponernos el foco del por qué?

No soy de enumerar propósitos a cumplir ni de ponerse retos para las semanas venideras del año recién estrenado. No lo soy. Porque el día a día ya aprieta lo suyo como para marcarse metas a alcanzar desde la niebla del día 1, donde todavía no se vislumbra el camino. No voy a decidir, sino a caminar firme sobre las baldosas nuevas.

Empieza un calendario distinto. Semanas que no pararán una tras otra y en las que deberemos vivir intensamente cada segundo. Nada vuelve. Para ello es necesaria la claridad con la que vivimos esos instantes y por eso mi deseo para el 2018 es un buen tazón de luz para todos. Que vivamos con el ímpetu del no retorno cada desayuno y cada merienda. Que demos la mano tan solo a aquellos que alumbren las habitaciones, que miremos a los ojos nada más a los que nos ofrezcan el tazón iluminado. Luz, solo eso, para el año nuevo. 

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